sábado, 6 de diciembre de 2014

El 69° aniversario del comienzo de una leyenda del boxeo nacional

El 7 de diciembre de 1945 –ese año singular en la historia argentina– debutó en el Luna Park, José Maria Gatica. Sus ojos verdes habrán visto la multitud con el brillo del desafío. Bastó un golpe para que Mayorano, su rival, fuera a la lona. En poco tiempo ganaba dos peleas más y los empresarios pusieron sus ojos en él. Al año siguiente ganó las siete peleas que hizo, una de ellas con Alfredo Prada, quien sería su más rival encarnizado.

A sus 7 años de edad, el pequeño José emigra, junto a su Madre y hermanos, a la Ciudad de Buenos Aires, en busca de un futuro mejor. La gran ciudad y ese espíritu de supervivencia que, fundamentalmente se respiraba en los alrededores de Plaza Constitución, lo curtió aún más.
Se ganaba la vida lustrando botas de tipos de traje gris, esos que más adelante se sentarían en el ring-side y acuñarían el célebre apodo del cual él siempre renegó. Pero no era un trabajo tranquilo el de la calle, la lucha territorial era feroz, y había que saber defenderse.
Lázaro Koczi, fue el eslabón que el destino de José necesitaba. Este peluquero, que tenía estrechos vínculos con el mundo del boxeo, al ver su modo de pelear en las calles, lo llevó a competir en peleas clandestinas, en primer lugar y luego, al emblemático templo del boxeo de la Avenida Madero.
 Su apodo era El tigre puntano o El Mono. Su record fué de ochenta y seis victorias, setenta y dos antes del limite, siete derrotas, cuatro por la via rapida y dos empates.

Fue en el mítico Luna Park, en donde  dejó su sello de luchador aguerrido, que no se guardaba nada, ídolo de la popular que lo llamaba “Tigre”, mirado de reojo por el Ring-Side, donde tenía su lugar el público de clases sociales más altas.
En términos boxísticos, su archirrival por excelencia fue el rosarino Alfredo Esteban Prada. El duelo era bien marcado, Prada, un púgil de destacada técnica, era mimado por quienes miraban con poca simpatía al “Mono”. Ambos boxeadores se enfrentaron 6 veces (2 en el amateurismo) dando como resultado una clara paridad, con 3 victorias para cada uno. Pero lo verdaderamente destacado de sus contiendas, era la gran convocatoria que generaban, agotando siempre las entradas, y dejando gente agolpada en las afueras del estadio. Incluso se dice que, con esas peleas, se solventó la construcción del techo del Luna Park.
Quizás, la oportunidad deportiva más grande que tuvo Gatica de consagrarse fue, sin dudas, la gira que realizó en Estados Unidos, en el año 1951. Allí, el mercedino no se apichonó ante el Mítico Madison Square Garden de Nueva York, y noqueó en el cuarto round a Terence Young, mostrando un gran nivel boxístico, hecho que sedujo al campéon mundial de los livianos, Ike Williams, quien le propuso combatir en ese mismo escenario, unos días después. Allí, Gatica fue demasiado confiado y cayó noqueado en el primer asalto, lo que generó una gran decepción.

Su popularidad fue meteórica, despertando amores y odios, estuvo casado en tres oportunidades y producto de dos de esas relaciones, fue padre de tres hijas.
El reconocido amor por el peronismo que siempre profesaba, lo había llevado a un lugar de privilegio cercano al General (quien junto a Evita, apadrinaron a su primer hija: María Eva), también le generó consecuencias negativas por la coyuntura política de la época.
Su caída también fue acelerada. A pocos años del retiro, José se encontraba nuevamente sumido en la pobreza.
Su nombre había caído en el más ingrato de los olvidos, sólo fue noticia cuando una inundación arrastró sus escasas pertenencias entre el chaperío.
Luego de una derrota con Prada por nocaut técnico, en 1953, donde el “Mono” heroicamente combate cuatro rounds con el maxilar inferior fracturado, Gatica pelea por última vez, en 1956, ante el bahiense Jesús Andreoli, a quien vence por nocaut en cuatro rounds. Anteriormente a esa pelea, se le había suspendido la licencia por su condición de ferviente peronista y ser por ende, opositor a la Dictadura Militar de aquellos años.


Palabras más, palabras menos, esa es la historia de un hombre que saltó -de un golpe- desde el barro hasta el oro, dando muestras del poder que tiene el deporte como puente salvador, pero marcando que también la vida exige equilibrio para sostenerse en pié en ese camino. Se dice que los domingos al atardecer son días un poco melancólicos, y esa melancolía se agiganta, cuando se recuerda la vida de un tipo, que habiendo ganado y perdido todo, salía humildemente de un partido de fútbol, en el cual vendía muñequitos para juntar un par de monedas. Ese Domingo, cuando el sol bajaba en el horizonte, el cayó, para quedar por siempre de pié entre los ídolos más populares del deporte argentino.

Fuente: AgenciaSanLuis.com

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